¡Que se ponga! Así era el preludio de muchos de sus monólogos mientras sostenía el teléfono en mano. A partir de esa muletilla cualquier cosa podía suceder en esas conversaciones con uno mismo, donde el espectador reía a carcajadas por un ingenio y forma de hacer humor única.

Hay grandes dudas sobre la historia de su vida, incluso hay quienes cuentan que mucha de las cosas que contó en un libro de memorias fueron inventadas por el mismo para engrandecer el personaje que subía a los escenarios. ¡Quién sabe si al escribir también tiraba de ingenio para contar divertidas y asombrosas historias.

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Su forma de hacer humor era lo más parecido a lo que hoy conocemos como monólogo. Y en sus últimos días, incluso llegó a participar en el famoso programa «El Club de Comedia».

Comenzó como humorista gráfico en «La Exedra», «La Codorniz» y «Hermano Lobo» en plena postguerra. Sean ciertas o no las historias que contaba como personales en sus monólogos, como cuando se libró de un fusilamiento en la guerra civil por que estaban borrachos los soldados que disparaban, no cabe duda alguna que este tipo de anécdotas desdramatizaban una dura realidad que aún estaba reciente en la memoria de todo un país.

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Su llegada a Madrid, le dio el espaldarazo definitivo en el mundo del humor. Abarrotaba salas, público y prensa se ponían a sus pies por su original manera de contar historias divertidas. Estos éxitos tapaban su conflictiva vida personal, donde era conocida su carácter mujeriego, habiendo dejado consecutivamente a dos mujeres con hijos por otra con la que comenzaba relación, sin hacerse cargo de responsabilidad económica alguna con ninguno.

Gila era quizás un escapista profesional desde la etapa de la guerra de situaciones complicadas de la vida, y por eso se pasó gran parte de ella huyendo de las mismas, y buscando siempre risas y diversión, aunque para ello tuviese que subir a los escenarios y contar su propia vida con matices auténticos o ficticios.

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