Tras el éxito del artículo de Javier Ojeda (Danza Invisible) escribiremos cada cierto tiempo sobre curiosidades de otros artistas. Hoy toca recordar una anécdota con Melendi.

En el final del año 2003, cuando Melendi no era famoso, ni tan siquiera conocido en el sur, Roberto propietario de la Sala Sugaro de Montehermoso (Cáceres) me llamó y me dijo que algunos clientes le hablaban de un tal Melendi que estaba teniendo mucho éxito por el norte de España y comenzaba a triunfar en algunas salas de Madrid. Lo había escuchado y decía que era muy bueno, y quería traerlo a su sala pero no había manera de dar con el.

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Me puse manos a la obra y cerramos el primer concierto de Melendi en la provincia cacereña, poco después en Abril de 2004 hicimos el primero en la de Badajoz, concretamente en Barcarrota. ¡»Sin Noticias de Holanda» que pedazo de disco!

Para mi sorpresa y la del cliente, aquello fue un boom, las entradas se agotaron varios días antes, parecía que era un grupo que se movía por mucho por «internet» con una amplia comunidad de seguidores detrás. Por aquellos entonces facebook, twitter y las redes sociales apenas comenzaban a crecer, pero no tenían ni mucho menos el potencial de ahora, así que los foros y los envíos de audios eran sus armas.

Conocer a un artista como Melendi en esencia pura, antes de la fama y el dinero le hiciesen tambalear en algunos momentos de la vida, fue un gran placer. Un tipo simpático, dicharachero, muy alegre, divertido, una mirada limpia y pura, ilusionado con la música y desdramatizador de cualquier problema que podía surgir, siempre dispuesto a aportar soluciones. Con guiños a cualquier componente del grupo durante el concierto, incluso a Javier Valiño su descubridor, o a nosotros por contratarle o a la sala. Una persona agradecida.

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Pero la anécdota que jamás olvidaré fue cuando tras el ensayo estábamos cenando en el Restaurante del Hotel Goya. Desde dentro, en un salón reservado podíamos ver que había mucha gente que trataba de verle por los cristales y con gestos le pedían autógrafos y fotos. Los camareros venían con papelitos para firmar que les daban desde fuera.

Melendi salió más de diez veces, aunque viese a una sola persona pidiendo que saliese. Después de las repetidas salidas que interrumpían la conversación y el ritmo de servir la cena. No recuerdo si fue Javier u otro componente del grupo que le dijo, que no podía estar así, que tenía que acostumbrarse a eso y no dejar de comer solo porque alguien le pidiese un autógrafo, que así estaba rompiendo su imagen de ser una «estrella».

Melendi con su habitual sonrisa y desdramatización de la situación, contó que era aficionado del Real Oviedo, y que recuerda las frías noches que se quedaba el último a la salida del estadio para conseguir que el autógrafo o foto con un jugador, y lo feliz que se sentía cuando uno se mostraba humilde y se paraba con él, charlaba, se hacía fotos,… él amaba a esos jugadores ya para siempre, aunque no fuesen los mejores en el campo, pero se habían ganado su respeto. Escuché asombrado y feliz el relato.

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Concluyó diciendo que él se veía reflejado en aquel público, y que mientras pudiese se ganaría su respeto y cariño, ellos son los que te suben o te bajan. Ahí comprendí como Melendi se había generado sin quererlo una comunidad que le promocionaba más que cualquier campaña publicitaria, y llenaba cualquier recinto sin ser conocido.

El concierto fue brutal, sentí esa sensación de estar viendo a un artistazo que triunfaría si o si, no había otra posibilidad, musicalmente eran muy buenos, con el público conectaban fácil y su derroche de energía y alegría sobre el escenario contagiaban a cualquiera que lo escuchase. Cosas de la vida aquel muchacho que esperaba fuera del estadio llegó a cantar el himno su equipo.

La fama y el dinero le han podido hacer tambalear en distintos momentos de la vida como nos puede pasar a cualquier persona. Habiéndole escuchado antes de ser «estrella» siempre supe cual era su esencia y que su interior vencería al ensordecedor ruido del éxito que por momentos parecía que le iba a hacer caer.

Así ha sido. Melendi sigue respetando a ese niño que esperaba en las afueras del Tartiere.

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